No me gustaba el fútbol y nunca bajaba con mis compañeros a jugar con ellos. Así que siempre me han tachado por el “mariquita” de la clase y fui objeto de lo que hoy en día se llama bullying.
Sufría mucho por este acoso que mis compañeros me hacían, pero es que realmente no me gustaba el fútbol, por mucho que lo intentara. Así que me quedaba con mis compañeras que me parecía que se lo pasaban pipa haciendo otro tipo de actividades.
Como puedes imaginar sufrí mucho por esta situación porque los chicos de mi clase se burlaran de mí: imagínate, regordete y mariquita.
No era el chico guay que marcaba los goles, era el chico que siempre era el último en ser elegido en el equipo, al que avergonzaban cuando fallaba alguna jugada; que suspendía las pruebas físicas; que tenía pánico en desnudarse en público en los vestuarios; y en general, el chico que sufría bullying, ejercido por otros alumnos e incluso por el propio profesor.
Me gustaba más pasar tiempo con las chicas hablando y mirando cómo los demás jugaban.
Pero el problema llegó con los 18 años, cuando mi identidad estaba más definida y necesitaba salir de esa situación y ver mi cuerpo mejor. A todos nos llega una etapa en la que queremos gustarnos a nosotros mismos y a los demás.
En el colegio aprendí a asumir mi rol del gordito – mariquita, pero ahora tenía una oportunidad de cambiar, empezaba una etapa universitaria y todo era posible.
A esa edad no hay ningún deporte, así que decidí darle una oportunidad y me apunté a un gimnasio.